La medianoche de Cristina


Llegó el sábado, que no es poco, al final de una semana dislocada, y la recordaremos como un torbellino de devoción, vanidades y desprecio. Desde las negativas y el vitupero telefónico del fin de semana largo en Olivos hasta el último de sus discursos consecutivos, Palacio y Plaza Pública, el entrenós protocolar y el baño de masas, la despedida en capítulos de CFK regala a los historiadores futuros todas las aristas de una personalidad excepcional, en la que habrá que invertir largos años de estudio y perplejidad para distinguir las acciones reales y la oratoria, la inspiración y el abierto ridículo, el legado genuino y la mitología. 
No será fácil, tampoco, interpretar este tiempo colectivo que fue a todo o nada, no por circunstancias mundiales trágicas, que quizá habrían obligado a las mayorías a poner los pies en la tierra, sino por un diseño político que abusó de la histeria. 
El miércoles para Cristina Fernández, el todo por el que fue se convirtió en pérdida de atributos y desposesión, para nombrarlo en clave de melodrama, con las palabras absolutas a las que nos tuvo acostumbrados: solo la promesa de una masa humana que cambia y mañana puede seguir a otro. Se sabe, nada es para siempre. De lo que ella concibió como un reino (no faltó ni la foto del pequeño heredero sentado en el trono, antes de partir) queda el souvenir de un Tuit usurpado, #CasaRosada, una etiqueta ilegítima como principal canal de agitación y comunicación en el entramado de los medios y redes. 
En esta última semana, Cristina formuló al detalle la construcción de su inocencia y lo hizo, como siempre, con apelaciones al mito y el ritual. Fueron calibradas sus presentaciones y ausencias, el vestuario de la masterclass, donde la estadista ultrajada en su fibra femenina mostró su autodominio, la misma novia consagrada de la asunción, todo ello sostenido mediante el aprovechamiento de cada sutil hilacha suelta de referencias narrativas y apelaciones que concluyeron, sin embargo, en el más revelador de los lapsus… 
Durante el fin de semana la presidenta saliente cortejó y asumió la figura de las villanas de los cuentos folklóricos infantiles -no los pensemos como un dibujo de Disney sino como estereotipos muy antiguos de la humanidad, un arcano cultural siempre constante-. En ese otro relato cobra importancia el agotador “capítulo bastón”, que sería apenas grotesco para todos los contendientes (y embarazoso para el testigo, una escena chabacana) si no se tratara también de la disputa por un objeto mágico: ¡la multiplicación de bastones, orfebres y encomiendas!, la caza del bastón, el artista y el hijo que traiciona a su padre, el cuentapropista que se lanza y gana por outsider, en suma, una comedia de enredos. 
En esta historia de princesas, a raíz de la cautelar pero también porque todo transcurre en el país de Evita, que reune a todas las princesas plebeyas y acaba como La Bella Durmiente, Cristina fue fatalmente a abrevar en La Cenicienta. 
Entre todos los cuentos infantiles, se trata de uno de los más políticos: explica a los niños asuntos tan graves como la miseria y la explotación, la soberbia social y la lucha de clases. Uno de los últimos actos de oratoria de CFK consistió en equivocar el desenlace, y con ello dejó en primer plano aquellas dos cuestiones que, al menos hasta el miércoles, no pudo metabolizar. Si es la carroza la que en verdad se convierte en calabaza -¿y cómo separarla de los anuncios de un tétrico Halloween tan foráneo?-, la analogía esquiva el vencimiento de sus horas principescas y olvida que la medianoche la convierte en fregona, una chica pobre, la figura ausente de las estadísticas, los pobres así nomás, desnudos, esa palabra sin mercadotecnia, el precio de nuestros años despreocupados.
Más allá de su investigación exhaustiva, disiento por completo con la interpretación de un resentimiento vengativo por el origen familiar de Cristina Fernández, según fue desarrollado por Laura Di Marco en su biografía, no por falta de veracidad sino porque es puro terreno especulativo y, además, ¿a quién puede importarle el origen hoy en día? Parece un asunto del siglo XIX. CFK se lo debe todo a sí misma y ha sido su propia mujer; pero estará desnuda y sola también ante la historia, sin madre heroína ni padre ausente. Volviendo a la Cenicienta, y obviando los chistes al paso de la red sobre el puré de calabaza y la semejanza sonora con los calabozos, es en esa constelación de alusiones que se aprecian sin necesidad de ser nombradas, que ella misma optó por forzar y subrayar el descenso, la desposesión, con esa sonrisa que dedicó a los fotógrafos, mitad pudor y mitad desdén, ya sin control profesional sobre su imagen, que pasó a manos de otros. Una forzada Cenicienta en la butaca de la clase turista rumbo a Santa Cruz. Según quienes se ocupan de hacer estas cuentas, su paso por Palacio convirtió a Cristina Fernández en una de las mujeres más ricas del país. 
CLARIN

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